Ha asimilado tantas personalidades en los últimos años que para recordar quién es debe remontarse a su infancia, la verdadera patria, como decía el poeta. Ha perdido el derecho a ser él mismo. Lo máximo a lo que puede aspirar después de cada infiltración es volver a ser Antonio Salas, un pseudónimo periodístico a través del que ha conocido las miserias del mundo. Toni, para los amigos. Tiene pocos: son muchos más los que quieren matarle.
Ahora, el único gesto que se mantiene en su camaleónico rostro es del miedo. Tras la publicación de Diario de un skin, pusieron precio a su cabeza los miembros del grupo neonazi Hammerskins. Después, fueron las mafias de la trata de blancas quienes juraron su muerte. Y más tarde, el Movimiento Revolucionario Tupamaro, los amigos en Venezuela de Carlos Ilich Ramírez, el Chacal, uno de los terroristas más sanguinarios del siglo XX, condenado a cadena perpetua desde 1994. Antes de las amenazas, el terrorista le había convertido en el gestor de su web.
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