Los que crean y refinan la tecnología hacen miles de pruebas con usuarios: saben lo que engancha. Siguen el ejemplo de las máquinas tragaperras
Te importaría salir de la habitación, por favor?”. Esa inesperada pregunta obligó a Joseph Weizenbaum a replantearse todo su trabajo. Había dejado a su secretaria jugando con ELIZA, una máquina inteligente programada para indagar, como un terapeuta, en las inquietudes del usuario lanzando preguntas, algunas bastante torpes. Pero aquella mujer comenzó a contarle problemas personales a la máquina y se sentía tan cómoda haciéndolo que reclamaba intimidad. Este experimento reveló que ELIZA era capaz de tocar las teclas correctas de la psicología humana, y Weizenbaum, investigador del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT), tumbó el proyecto, asustado por las implicaciones éticas de una interacción de ese tipo en la psicología humana. Era 1966. La anécdota la recupera Noam Cohen en su libro The Know-It-Alls [Los Sabelotodos] (The New Press) para trazar un paralelismo con el Silicon Valley actual: “ELIZA demostró en la década de 1960 que la gente no necesitaba demasiada persuasión para abrirse ante los ordenadores, parece salirles de forma natural. Weizenbaum estaba horrorizado por esta confianza mal depositada y huyó de la inteligencia artificial, mientras que [Mark] Zuckerberg ha intentado capitalizarla en Facebook”.
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