El futuro de la televisión ya es, sin duda, el presente. La resolución 8K hace acto de presencia cuando aún el 4K comparte espacio en las tiendas con el Full HD y el usuario contempla cómo la oferta se diversifica y multiplica. El salto de calidad es evidente. Si en Full HD la imagen que veíamos en el televisor estaba creada y compuesta por dos millones de píxeles, y en uno 4K UHD por ocho millones de píxeles, gracias a los nuevos paneles 8K nos vamos hasta los nada menos que 33 millones.
A menos que el lector reflexione un poco sobre este notorio aumento de calidad, una pregunta le asaltará, sin duda. Si aún no hay, apenas, contenido 8K disponible, ¿de qué me serviría adquirir y tener en el hogar un televisor de tal resolución? Y si al final decido ir a la tienda y llevarme a casa uno, ¿cómo se verá el contenido de las televisiones públicas y privadas en HD o los vídeos y películas cuya resolución nativa sea en Full HD? Al tener que realizar un reescalado de la imagen, y pasar a 8K ¿se perderá calidad, nitidez y profundidad?
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