Llega un SMS al móvil que nos pide que aclaremos por qué no contestamos en Facebook o WhatsApp. El remitente no es un contacto conocido. De hecho, ni siquiera es un móvil: el número no empieza por 6, sino por 2, ni tiene nueve cifras, sino cinco. Pero hay quien no repara en estos detalles y responde. Y vuelve a hacerlo a cada SMS que sigue llegándole con contenidos tan impersonales como el primero, donde no se aclara quién es el remitente ni si realmente conoce la identidad del usuario al que se dirige.
Es un #fraudeSMS, la última moda en timos telefónicos. La mayoría de quienes reciben estos mensajes no pican, pero las empresas que los envían lo saben. Juegan a probabilidades. Y siempre ganan. Porque el coste que les representa el envío de decenas o cientos de miles de SMS queda sobradamente amortizado con el porcentaje de usuarios que contestan. Y es que cada mensaje cuesta en torno a un euro y medio, del que la mayor parte va para los timadores.
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