¿Por qué me alejé de Facebook? En primer lugar, jamás supe cómo entrar en ninguna de las redes sociales, ni Twitter ni Facebook, y no por falta de ganas, o de comunicabilidad, pues comunicarme con otros fue mi pasión adolescente, y me dura aún hoy.
En primer lugar, contaré por qué me resultó difícil entrar, y tuvieron que hacerlo otros por mí. Porque no es verdad que sea una tarea fácil; esto de las tareas fáciles es una falacia: siempre que te aseguran que algo no es complicado de hacer, surge la primera dificultad. La segunda dificultad entra cuando ya estás dentro: ¿y cuál era mi contraseña? Esta última traba te lleva a redescubrir todo el santoral familiar, hasta que encuentras que quizá a quien pusiste como nombre de tu código secreto era el del futbolista más amado de tus años primerizos.
Una vez dentro, armado de todos los elementos que te hacen navegar (esa palabra) sin problema alguno empieza a actuar sobre ti la mala conciencia: ¿esto que estoy escribiendo lo escribiría yo en mi periódico? ¿Lo diría de veras? ¿Estoy seguro de que lo que digo no es una ocurrencia que, por otra parte, se va a dispersar como el humo y, a veces, como el veneno?
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