No hay nada de misterioso en un interruptor de la luz. Su función está clara y sus opciones se limitan a dos: encendido o apagado. Los vemos en todas las casas, oficinas, establecimientos de ocio o cualquier otro edificio. Son eficaces, simples, omnipresentes y cotidianos.Y sin embargo, aún queda en ellos sitio para la innovación.
Y por buenos motivos: ¿quién no se ha pasado un rato encendiendo y apagando interruptores colocados en ristra hasta dar con el que enciende una bombilla concreta, que es la que estamos buscando? La ley de Murphy, que nunca ayuda, hace que cuantos más interruptores haya, más tardemos en dar con el que necesitamos, y eso puede convertirse en un frenesí de enciende-apaga que convierte cualquier habitación en un juego de luces que ya querría el mejor pirotécnico.
Pero no queda otra que aguantarse. En el mejor de los casos, alguien etiqueta los interruptores para mejorar la tarea.
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