Podría pasarle a cualquiera: madrugas para una tonificante sesión de pilates, antes de preparar tu habitual desayuno de antioxidantes cuidadosamente seleccionados, mientras tus dedos vuelan en busca de la última reseña de la prensa: un resorte inconsciente estira repentinamente tus sutiles líneas de expresión, todavía húmedas del contorno de ojos. Ahí estás tú, en las páginas centrales. Desnuda. En aquella pose navideña inspirada en un juguetón elfo erótico que coloca despreocupado los regalos en el árbol. ¿Podría ocurrirte a ti?
Tendrías que ser la actriz Jennifer Lawrence, la cantante Avril Lavigne o la modelo Kate Upton para que te pasara algo así. Lo confirma el reciente "caso Celebgate", en el que alrededor de 60 mujeres diez han vivido en sus carnes la exposición pública de fotografías íntimas robadas de sus cuentas de iCloud. Probablemente no buscarían tus fotos porque no compartes ni su físico ni su proyección pública. Pero lo que sí tienes en común con todas ellas es la nube. Compartes ese espacio repartido en servidores donde los usuarios de Apple pueden hacer una copia de seguridad de todo lo que pasa por sus dispositivos: fotos, documentos, aplicaciones, conversaciones de WhatsApp, sesiones de Facebook... Todo.
"Sabiendo que borramos esas fotos hace mucho tiempo, puedo imaginarme el esfuerzo malicioso que hizo para conseguirlas", se desahogó en Twitter la modelo Mary Elizabeth Winstead, una de las protagonistas del enésimo caso de fotos robadas a celebridades norteamericanas. Borradas, sí, de su teléfono. Pero no de la nube. No es tan fácil borrar el rastro de datos que dejamos con el uso de los modernos instrumentos electrónicos; es demasiado profundo. Este reguero llega a la nube y a los dispositivos que empleamos para consultar nuestra cuenta bancaria, discurre a través de los faraónicos ordenadores de las compañías operadoras de telefonía, atraviesa el contrato que la compañía de la luz nos presenta en sus flamantes tablets, se ramifica hacia los cómodos terminales de venta de los supermercados... Y tú no lo sabes.
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