Las conexiones a Internet vivieron una auténtica revolución en el año 2000 con el nacimiento del estándar 802.11b, una norma que marcó el nacimiento de lo que hoy conocemos popularmente como WiFi, y que ha vivido una profunda evolución durante los últimos años.
Lo que antes era una rareza hoy es una necesidad, algo indispensable. El WiFi nos permite conectarnos a Internet sin cables, y disfrutar de una buena experiencia siempre que nos encontremos a una distancia aceptable del router. Esto permite crear entornos multidispositivo de forma sencilla y representa un valor claro, tanto para los usuarios particulares como para pymes y profesionales independientes.
Para entenderlo basta con poner un ejemplo sencillo. Imagina un hogar tipo con cuatro personas, donde cada una de ellas tiene un smartphone y un portátil. Bien, ahora piensa en el caos que supondría tener que conectar todos esos dispositivos a Internet por cable. Terrible, ¿verdad? Pues ahí reside el gran valor del WiFi.
Su principal ventaja está clara, pero no es un sistema de conexión perfecto y presenta carencias importantes cuando lo comparamos con la clásica conexión cableada. En este artículo vamos a profundizar sobre esa cuestión para que descubráis qué tipo de conexión se ajusta mejor a vuestras necesidades.
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