A finales de los noventa y en plena burbuja 'puntocom' dos graduados de Stanford pasando sus vacaciones en una playa de Florida tuvieron la revelación: un dispositivo que generara todos los olores del mundo, que llevase al mundo virtual de Internet los olores del mundo real. Con millones de dólares de inversión y la asociación con las grandes tecnológicas del momento el éxito parecía asegurado. Pero sólo lo olieron.
Era el invento perfecto. ¿Cómo no se le había ocurrido a nadie antes? Añadir una experiencia olfativa a Internet además de la audiovisual. También a videojuegos, películas y prácticamente cualquier contenido virtual. La idea entusiasmo a medio Silicon Valley, Hollywood y grandes tecnológicas y desarrolladoras de todo el mundo. Sin embargo sus creadores no se hicieron la pregunta esencial: ¿querían realmente los usuarios infectar su casas con decenas de olores de lo más variopintos?