Los procesadores Intel dominan el mercado, eso no admite discusión. El gigante de Santa Clara supo jugar muy bien sus cartas desde que inició su aventura el mundo de los semiconductores allá por 1968, justo un año de la fundación de AMD, su máximo rival a día de hoy, y consolidó una posición tan sólida que ha podido mantenerse como una empresa con fábricas propias.
Sé que para algunos este detalle puede parecer poco importante, pero nada más lejos de la realidad. Intel diseña y fabrica sus propios procesadores, es decir, lo hace todo en casa, mientras que AMD delega la producción en TSMC desde que se convirtió en una empresa «fabless». Mantener una unidad de fabricación propia de semiconductores representa un coste muy elevado (hablamos de miles de millones de dólares), y estos aumentan en gran medida cuando se van realizando las transiciones a procesos de fabricación más pequeños.
Los enormes costes que representaba avanzar en los procesos de fabricación y lo difícil que era competir con Intel llevaron a AMD a convertirse en una empresa «fabless». Había que soltar lastre, pero Intel no ha tenido el más mínimo problema para seguir «cocinando» sus propios procesadores. Esto nos permite entender de una manera sencilla las diferencias en términos económicos (y de recursos) que hay entre ambas empresas. AMD ha crecido y ha hecho las cosas muy bien con Ryzen, pero Intel sigue siendo un gigante que mira a la compañía de Sunnyvale desde una posición muy cómoda.
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