Los contratos de permanencia. Ya se sabe, uno se deja llevar por el entusiasmo de la oferta. ¿Un iPhone por cero euros? ¿Quién se puede resistir a eso? Bien, sabemos que es un gancho, un cebo socialmente aceptado y que cuenta con todos los parabienes en materia de la legislación de consumo. Uno entra en la tienda del operador y en un breve trámite en el que rubrica un par de documentos, sale por la misma puerta con el codiciado tesoro. Todo muy limpio y sencillo. Tanto como la relación existente entre la presa y su cebo.
Y todos sabemos que es una treta, aunque sea legal: el operador financia el móvil a un coste final que en muchos casos pondría los pelos de punta al desprevenido usuario que nunca firmaría un préstamo en esas condiciones en su banco. El usuario rubrica y se ata al operador, y cuando pasados unos meses el móvil pierde todo el glamour del momento, el romance con el proveedor del servicio sigue vigente y que tenga cuidado el que no pague un recibo o quiera divorciarse antes de tiempo...
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