La mayor filtración de datos en la historia de Alemania. Así fue definida, de una forma un tanto enfática, la difusión, el pasado diciembre, de datos personales y comunicaciones de casi mil personajes públicos alemanes, especialmente políticos. El ataque no fue perpetrado por entrenadas espías, hacker gubernamentales o ciberdelincuentes organizados, sino por un chico de veinte años, que vive con sus padres y que hizo todo desde su dormitorio. Según se ha podido aprender, Johannes S. habría actuado para expresar su insatisfacción y su descontento hacia cierta clase dirigente. Y lo habría hecho con la ayuda de su madre, explotando la vulnerabilidad de contraseñas tales como ‘1234’ y otras técnicas poco sofisticadas.
El caso es que, a menudo, los problemas de ciberseguridad no tienen nada que ver con los muy publicitados hackers rusos o el espionaje internacional. Es suficiente con aprovechar el nivel medio de (in)seguridad de las cuentas y contraseñas de personas e instituciones, como acaba de demostrar la filtración masiva de millones de correos electrónicos. El caso alemán, además, deja claro cómo, hoy en día, incluso un atacante solitario, sin mucha preparación técnica, pero muy determinado, metódico y con mucho tiempo a disposición, puede causar graves daños.
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