El día había sido agotador para esta joven y despatarrarse en el sofá parecía en ese momento la mejor opción sin lugar a dudas. Sin embargo, al llegar al domicilio vio de pronto que algo había ido mal: la puerta estaba mal cerrada y tras franquearla con cautela se dio de bruces con la cruda realidad. Habían entrado a robar a su casa y todo estaba manga por hombro.
En el inventario de objetos que faltaban, solicitado por la policía y necesario para la reclamación en el seguro, nuestra protagonista se dio rápidamente cuenta de que ahí faltaba su preciado portátil. “Qué faena, el ordenador”, pensó en voz alta mientras repasaba mentalmente la documentación que perdería y, sobre todo, el coste de sustitución del mismo, que la cosa no estaba para muchas alegrías. Pasaron los días y las semanas, y el robo pasó de ser un susto considerable a una anécdota que todavía entretenía a sus amistades. Y sin embargo, todo se torció de forma inesperada al recibir un inquietante correo electrónico.
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