La práctica de fotografiarse desnudo, como juego sexual, adquiere nuevas proporciones y consecuencias en la era digital.
El escándalo de los selfies de famosas desnudas o en poses eróticas filtrados en la red, sumado a la fobia de Facebook hacia los pezones, no hace sino poner de relieve que nos encontramos a años luz de tener una relación de cordialidad con nuestra sexualidad, cuerpo y erotismo. Los artículos sobre el tema de las fotos de las actrices y cantantes –¿qué hay de la versión masculina?– provocaron comentarios de todo tipo por parte de los lectores. La mayoría no abordaba el tema de la ilegalidad o inmoralidad de meterse en la vida privada de otra persona y publicar sus instantáneas más íntimas, sino que desviaba el debate hacia la decencia o no de retratarse en cueros; ridiculizando, demonizando, frivolizando, menospreciando y socavando la idea en sí misma, y no sus consecuencias, en un mundo donde hacerse una foto y que inmediatamente media Humanidad la vea es más fácil que conseguir volver a ver al individuo en honor al cuál te la hiciste.
“No sé de qué protestan, si total acuden a las alfombras rojas semidesnudas”, “si eres una guarra, atente a las consecuencias”, “si alguien se retrata así, es para que los demás la vean ¿no?”. Éstas y otras perlas similares eran comentarios muy comunes en un mundo que descubre, alarmado, que los amantes se envían fotos tal como dios los trajo al mundo para su diversión, calentamiento o flirteo. Y que, lamentablemente, publicar una de esas instantáneas tiene el poder de minar la imagen pública de alguien, ¡cómo si no estuviéramos ya curados de espanto!
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