Sostienen las teorías del marketing que lo que decide a un usuario a comprarse una consola no son sus capacidades técnicas ni las promesas de llevar el juego a otro nivel, sino alguno de sus títulos. Se los denomina en argot como vendeconsolas y, lo crean o no, son videojuegos que terminan por sacarle 400 euros del bolsillo a los consumidores.
El problema es que los vendeconsolas, como las exenciones fiscales, se prodigan poco. Por eso los fabricantes buscan en el fondo del armario: Nintendo lleva casi dos décadas sublimando esa saga maravillosa que conocemos como Mario Kart, mientras Microsoft se aferra, una y otra vez, a las franquicias Forza Motorsport y Halo para colocar sus máquinas. Sony lo intentó sin éxito con Killzone para PlayStation 4, un shooter de calidad demasiado metido en el nicho, para posteriormente refugiarse en Last of us y la garantía que ofrecen sus seis millones de copias vendidas.
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