Opera es uno de los viejos rockeros del mundo de los navegadores. Fue creado en 1994, más de una década antes de Chrome, aunque siempre ha estado en un segundo plano. En sus inicios era un navegador repleto de opciones dirigido a un usuario avanzado, filosofía que abandonó con su gran metamorfosis en 2013 para tratar de acercarse al usuario menos experimentado.
Sin embargo y pese a la gran división que supuso este cambio de rumbo entre sus usuarios, sigue siendo una alternativa querida y utilizada por bastantes usuarios. Por eso, para ver qué es exactamente lo que ofrece y cómo lo hace, he abandonado Chrome durante dos semanas para utilizar Opera como mi navegador principal. Estas líneas son la experiencia de lo que me he encontrado al hacerlo.
Pero antes de empezar tengo que avisar. No, no soy uno de esos usuarios que lleva años utilizando este navegador. De hecho nunca lo había utilizado durante tanto tiempo seguido. Por lo general suelo ser usuario de Chrome, aunque probando intermitentemente Vivaldi, creado por el ex-CEO de Opera Jon von Tetzchner, con cada nueva versión que sacan. Estos son por lo tanto las referencias que utilizaré para comparar mi experiencia con Opera.
Cuando ya llevaba casi una semana probándolo se anunció un cambio bastante importante en el navegador, ese en el que le añadían a la barra lateral las aplicaciones de mensajería WhatsApp, Messenger y Telegram integradas de forma nativa. Por lo tanto y para no confundir, todo lo que he escrito está basado en cómo es Opera a partir de esa última versión presentada a principios del mes de mayo.
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