“Puedes acompañarnos ahora o, si quieres, esperamos abajo hasta que vayas a comprar el pan”, le dijeron. Al salir del portal le pusieron las esposas y fue a comisaría. A. G. I. se lo olía. Era noviembre de 2012. Desde agosto, este experto en pirateo informático de 26 años que prefiere no dar su nombre, sabía que tarde o temprano recibiría esa visita.
La policía española se lo llevaba al calabozo durante algo menos de un día a comienzos de noviembre. La culpa, asegura, la tuvo su curiosidad. Vio una máquina expendedora de billetes en Atocha estropeada, se puso a investigar y descubrió que todos los archivos donde se guardaban las tarjetas de crédito de los clientes estaban accesibles en Internet, sin cifrar.
Cumple todos los requisitos para cubrir un puesto que no se publica en los listados de Linkedin, sino que se demuestra poniendo a prueba contraseñas, sistemas de seguridad, vigilancia y control. Sus formas rozan la frontera de la ley. Según Glassdoor, una web de comparación de perfiles y salarios, el salario de este tipo de háckers oscila entre 180.000 y el millón de dólares. Los expertos consultados prefieren no dar su suelto exacto, pero asegura que no se corresponde con la realidad.
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