Se cumple una semana de los atentados de París y vaya semana negra: cientos de muertos de un lado y a saber los del otro, porque a esos no los cuentan, pero es de suponer que las bombas que arrojan los aviones franceses no caen en mitad de ninguna parte. Así las cosas, entre el terror y el caos informativo han transcurrido siete días que no han dejado indiferente a nadie, ni siquiera en lo referente a temas que nada tienen que ver con la política.
Todo lo que ha ocurrido en Europa desde el viernes pasado ha sido muy serio en y para Europa, o en todo caso en y para el mundo occidental, aunque en las últimas horas se respire cierto consenso entre potencias, por lo que tal vez que un medio occidental hable de ello en términos triviales no es lo más apropiado. Es compresible. Sin embargo, a eso han reducido el discurso en muchos foros intentando dar respuesta a la pregunta que reflota con cada tragedia: ¿cómo podría haberse evitado?
¿Qué sucede cuando una pregunta es compleja? Que la respuesta directa que ni se preocupa por rascar algo del fondo, por acción u omisión, tiende a lo simple. Y dado que eliminar el problema del terrorismo de raíz es imposible, se ataca a las tecnologías y herramientas que usan los terroristas. Pero no las que utilizan para matar, las armas, sino las que utilizan para comunicarse y divulgar su mensaje. Si la presunción de que eliminar el problema del terrorismo de raíz es imposible no gusta, se puede obviar. También es una simplificación rápida para salir del paso, pero el análisis político le corresponde a quien se dedica a ello; lo nuestro es la tecnología, así que hablemos de tecnología. Hablemos de Telegram y, por extensión, del cifrado e Internet.
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