Entrar en el apartamento de Eric Migicovsky, situado en una tranquila calle de Palo Alto (California), es lo más parecido a viajar al pasado. La puerta de la calle está abierta de par en par. Dentro, cinco ingenieros trabajan contra (casi nunca mejor dicho) el reloj. Uno manipula piezas diminutas de metal, otro programa frente a tres pantallas, el de al lado habla por Skype con Taiwán… En las mesas, entre restos de pizza, hay desperdigados cientos de componentes de uno de los productos más esperados del año: el Pebble, un reloj inteligente que recaudó más de 10 millones de dólares online en solo un mes.
“Bienvenido”, sonríe Migicovsky, de 26 años, descalzo y en bermudas. Estamos en el salón de su casa y es verano de 2012, pero bien podría ser 1976, cuando Jobs y Wozniak apretaban tornillos en un garaje para crear el primer ordenador de Apple, o 1939, cuando Bill Hewlett y David Packard hacían lo mismo para montar HP. Migicovsky quiere hacer historia a la vieja usanza, creando un producto físico y real: un reloj con pantalla de tinta electrónica como la de los eReaders, que se conecta por bluetooth al smartphone (iPhone o Android) y capaz de ejecutar las funciones básicas de cualquier aplicación.
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