La aplicación de mensajería instantánea facilita las comunicaciones pero también puede ser usada con fines peligrosos, como el fomento de la anorexia y la bulimia o el acoso sexual
En abril de 2017, la policía detuvo a 39 personas de 10 países diferentes que intercambiaban imágenes de abusos sexuales a menores a través de 96 grupos de WhatsApp. Unos meses más tarde, en enero de 2018, la Guardia Civil utilizó por primera vez la figura del agente virtual encubierto para destapar una red de pederastas integrada por miles de personas en todo el mundo. Los sospechosos intercambiaban a, través de grupos de la misma app, vídeos pornográficos de extrema crudeza protagonizados por niños, incluidos bebés, que llegaban a mantener relaciones con animales. WhatsApp, esa aplicación que tanto facilita las comunicaciones, puede ser usada con fines delictivos. Además de los grupos de distribución de pornografía infantil, también han proliferado en los últimos años los de grooming —adultos que usan la red para acosar sexualmente a menores— o la apología de trastornos alimenticios.
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