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Autor Tema: Una noche mágica en el lago de los pinos  (Leído 1,290 veces)
Psyfurius


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Una noche mágica en el lago de los pinos
« en: 8 Diciembre 2013, 01:00 am »

  Hola! Hace un tiempo compartí con todos ustedes algunos de mis cuentos y recientemente escribí uno nuevo. Me pareció buena idea compartirlo aquí con ustedes y como siempre, las criticas constructivas son bienvenidas.

Fuente: http://fabricandocuentos.com/2013/12/05/una-noche-magica-en-el-lago-de-los-pinos/

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Léanlo, comenten, compartan el cuento, serí de gran ayuda :)

CAPÍTULO I
UNA NOCHE MÁGICA

 Su nombre era Daniel y tenía diez años. Se encontraba sentado en el puerto de un lago observando su propio reflejo iluminado por la luz de la luna. Junto a su reflejo podía apreciar el mar de estrellas que desde el cielo nocturno le hacían compañía. Daniel estaba triste y cada lágrima que caía al agua, producía una explosión de ondas que desfiguraba su cara y las miles de estrellas que allí se reflejaban. Antes de dormir, Daniel había escuchado a su madre llorar en su dormitorio. Como todo un niño curioso, colocó su oído en la puerta del dormitorio de sus padres y fue así como se enteró. Unos resultados médicos apuntaban que su madre estaba enferma y no le quedaba mucho tiempo de vida. Daniel había aprendido el significado de la muerte cuando su abuelo Ulises falleció un año atrás. Sabía que no había vuelta hacia atrás, que una vez su corazón dejara de latir, no volvería a escuchar su dulce voz en las noches deseándole las buenas noches acompañado de un beso que le arroparía en paz absoluta. Al enterarse de la noticia, se escabulló por la ventana de su cuarto y se dirigió al patio de su casa en el cual se encontraba un enorme lago rodeado de pinos y sentado en el puerto, lloró desconsoladamente.

 Pasaron varios minutos desde que Daniel había dejado de llorar. Comenzó a reflexionar profundamente sobre cómo sería la vida sin su madre a su lado. Sentado en el puerto, con ambos pies en el agua, podía sentir algo de dulzura y consuelo por parte de la naturaleza. Las estrellas seguían brillando para él y un grupo de peces se acercaron para hacerle cosquillas en los pies. El viento comenzó a producir una hermosa melodía que solo los pinos que rodeaban el lago podían danzar. Desde muy lejano, los lobos comenzaron a vocalizar junto a dicha melodía. Era como si la naturaleza tuviera conciencia de lo que a Daniel le sucedía y de algún modo ésta le consentía como haría cualquier madre.

 A lo lejos, Daniel comenzó a observar algo que con luz propia brillaba y flotaba hacia él. Entre el canto de los lobos y el danzar de los pinos, el viento atraía más y más aquel objeto luminoso hasta llegar a sus pies. Daniel agarró el objeto y se percató de que se trataba nada más ni nada menos, que de una botella de cristal. En su interior había un puñado de luciérnagas que al destapar la misma, comenzaron a revolotear alrededor de Daniel. Poco a poco, cada una se fue alejando de Daniel surcando sobre el lago y depositando en él un brillo que caía desde sus alas, otorgándole al lago bioluminiscencia.

 El lago se había convertido en uno mágico. Tanto el agua como sus peces, brillaban en la oscuridad como si millones de escarchas mágicas reaccionaran junto a la luz de la luna y las estrellas. Daniel, aún sentado y manteniendo sus pies dentro del agua, se inclinó hacia atrás y recostó su espalda sobre la vieja y húmeda madera del puerto. Acostado, observaba las estrellas mientras intentaba darle una explicación de lo que él había sido testigo. De repente, comenzó a escuchar un distante silbido. Cada vez lo escuchaba más y más fuerte. En el cielo nocturno, entre tantas miles de estrellas, logró distinguir una estrella fugaz que caía a toda velocidad dejando una estela corta y verdosa en el cielo. Sin pensarlo dos veces, corrió hacia su casa e ingresó a su habitación por la ventana. A toda prisa, agarró una libreta y un lápiz. Arrancó la primera página que vio en blanco. Nuevamente, salió por la ventana de su cuarto y corrió fatigado hacia el lago. Se sentó en el borde del puerto y colocó el papel sobre la madera para en ella escribir un mensaje:

“—Por favor, deseo que mi mamá se recupere y viva muchos años más.”

 Al terminar, enrolló el papel y lo introdujo dentro de la botella. Colocó el corcho con presión y con todas sus fuerzas, lanzó la botella al lago mágico. De este modo, Daniel le pidió un deseo a aquella estrella fugaz que caía sin rumbo con un solo fin… el de cumplir el deseo de un niño que lloraba sin consuelo alguno. Tan pronto la botella cayó al agua, todo volvió a la realidad. El viento soplaba como de costumbre, los peces se alejaron y los lobos suspendieron su canto por lo que restaba de noche. Entonces, Daniel se fue a su cuarto y se acostó a dormir.

 Tan solo pasaron dos meses cuando la triste noticia tocó el corazón de la familia. Ernestina, madre de Daniel y esposa de Esteban, había fallecido a causa de un tumor cerebral. Seguido, se comenzaron los actos funerarios y tanto Daniel como su padre, se sentían muy tristes. La casa ya no era la misma sin su presencia. Con el pasar del tiempo, su padre cayó en el alcoholismo. Al cumplir la mayoría de edad, Daniel partió de su casa y se fue a estudiar a una Universidad. Cada dos semanas, visitaba a su padre pero éste ya no tenía remedio. Poco a poco, el alcohol consumía la poca vida que había en él.



Capítulo II
LA LLAMADA

 Habían pasado dieciséis años. Daniel ya era todo un profesional y padre de familia. Vivía en la ciudad junto a su esposa Rosalie y su hijo Adrián de diez años. En su ámbito profesional todo iba de maravilla, pero recientemente, un problema emergió dentro de su núcleo familiar. El matrimonio soñaba con tener otro hijo, pero un cáncer uterino comenzaba a amenazar la vida de su amada esposa. Inmediatamente, Daniel consiguió el dinero suficiente para que su esposa recibiera el tratamiento adecuado y así contrarrestar el cáncer que le amenazaba.

 Tan pronto como la siguiente semana, Daniel comenzó a llevar a su esposa a las sesiones de quimioterapia. En una ocasión, una reunión laboral de suma importancia, le mantendría ocupado durante la tarde. Por ello, le comentó al Doctor sobre el importante compromiso y prometió pasar a buscarla más tarde. Daniel le brindó al Doctor su número móvil y éste prometió no llamarle a menos de que realmente se trate de una emergencia. De esta manera, Daniel se despidió de su esposa y se dirigió hacia su trabajo.

 Eran las tres de la tarde y Daniel se encontraba a la mitad de la reunión laboral cuando de repente su unidad celular comenzó a vibrar en su bolsillo derecho. Disimuladamente, agarró su móvil y lo sacó del bolsillo. Fijó su mirada hacia la pantalla y para sorpresa de éste, la llamada provenía desde el Hospital. Sus manos comenzaron a temblar y comenzó a sudar desenfrenadamente. La pantalla del móvil le avisaba que tenía una llamada perdida y a su vez, comenzó a vibrar nuevamente consecuente a una segunda llamada entrante desde la misma institución. Daniel se disculpó ante los allí presentes para tomar la importante llamada. Por tercera vez su móvil vibraba sin control y mientras se preparaba para recibir la triste noticia, contestó la llamada. Un Doctor de extraño apellido solicitaba hablar con Daniel, hijo de Esteban. Al éste identificarse, recibió una noticia que le tomó por sorpresa. Su padre, al que no había visto desde hacía un mes, había muerto esa misma mañana a consecuencia de cirrosis hepática. Daniel se mostró muy triste ante la noticia pero la manejó con total madurez, pues su padre le había preparado emocionalmente para cuando llegara el día de su partida.

 Daniel fue al Hospital y habló con su esposa sobre lo sucedido. Ambos estuvieron de acuerdo en explicarle a su hijo sobre el deceso de su abuelo. Esa misma tarde, después de la cena, se reunieron con su hijo y le dieron la triste noticia. Este era el primer miembro de la familia al que Adrián despediría para siempre. Los siguientes tres días se pautaron para los actos fúnebres y finalmente darle el último adiós.



CAPÍTULO III
EL DÍA DE PESCA

 Varios meses después el tema del abuelo había desaparecido y Adrián finalmente comprendió el significado de la muerte, pero nuevas interrogantes habían surgido por la caída del cabello de su madre. Un fin de semana, Daniel invitó a su hijo a pescar. La pareció la actividad perfecta para relajarse y hablar sobre las preocupaciones de su hijo. Adrián aceptó y juntos fueron de pesca. Para sorpresa de Adrián, fueron a pescar al lago que estaba en el patio de la que alguna vez fue la casa de su difunto abuelo.

 Era un excelente día soleado. Apenas, las nubes se asomaban en el cielo azul. Se adentraron al lago con la ayuda de una antigua canoa del abuelo y mientras pescaban con las viejas cañas que solía usar Daniel cuando niño. Este comenzó a idolatrar la hermosura de la naturaleza recordándole a su hijo, lo hermosa que es la vida. Al cabo de un rato, dejaron la pesca a un lado y comenzaron a comer unos ricos emparedados que Rosalie les había preparado para su día de pesca. La canoa se movía de un lado hacia el otro y los sonidos de la naturaleza dominaban el lugar mientras estos comían. Al terminar la merienda, Daniel rompió el silencio para contarle a su hijo lo que allí vivió en una noche mágica hacía varios años atrás. Le contó desde cuando supo que su madre no viviría mucho tiempo, hasta cuando lanzó en aquella agua bioluminiscente, la botella que contenía su más grande deseo; la salud de su madre.

 Adrián disfrutó escuchar dicha historia por parte de su padre, pero para él, solo era un cuento lleno de falacias. Repentinamente, Adrián cambió el tema por uno que últimamente, le estaba causando mucha curiosidad y ansiedad. Le preguntó a su padre la razón por la que su madre comenzaba a perder su cabello. Daniel, inhaló profundamente y entonces finalmente decidió hablar con su hijo sobre el cáncer que amenazaba la vida de su madre. Poco a poco, le explicó el procedimiento por la que ésta pasaría para poder sanarse y le explicó lo importante que sería el apoyo de ambos durante el proceso.

 Sin tan solo expresar una sola palabra, Adrián se volteó, dándole la espalda a su padre y se inclinó para fijar su triste mirada sobre el agua. La silueta de su reflejo sobre el agua se distorsionaba cada vez que una lágrima caía desde sus mejillas. Intentaba buscar alguna explicación pero simplemente no la había. Sabía que si algo malo le ocurriese a su madre, terminaría despidiéndose de ella para siempre como recién había pasado con su abuelo. Entre el silencio y la melancolía, su padre comenzó a brindarle apoyo con frases de fe y esperanza, pero su mirada seguía perdida en aquel triste reflejo de sí mismo. De repente, algo comenzó a picar el anzuelo de Adrián. Su caña de pescar se movía de arriba hacia abajo sin control alguno. Ambos sabían que algo grande había picado su anzuelo. Entones, Daniel agarró la caña de su hijo e intentó halar con fuerza pero no lograba atraer al pez. Pronto, su padre se dio por vencido, pero Adrián tomó la caña con la esperanza de poder agarrar lo que su padre nunca pudo. Parecía que el pez no se daba por vencido, pero Adrián tampoco se rendía. Adrián cerró los ojos y concentrado, respiró profundamente, contó hasta tres y haló con tal fuerza que el pez salió disparado desde el agua hasta el interior de la canoa. Ambos comenzaron a mirar hacia el interior de la canoa, pero para la sorpresa de ambos no se trataba exactamente de un pez sino de una botella que en su interior resguardaba una enorme hoja. Su padre, al ver aquella botella sobre la canoa, quedó estupefacto, pues no podía creer lo que estaba observando. Enseguida, Adrián tomó la botella y observó la hoja desde afuera de ésta. Miró a su padre a los ojos y entonces supo que la historia que le había relatado su padre no se trataba de un cuento sino de algo real. Daniel tomó la botella y le quitó el corcho. Seguido, extendió la botella hacia su hijo y dijo:

“—Tómala. Tú la atrapaste. Es tu pez.”

 Adrián, valientemente tomó la botella y sacó la hoja que había en su interior. Cuidadosamente, desenrolló la hoja y leyó una nota escrita con sabia de árbol. Inmediatamente, una sonrisa se dibujó en su cara y un par de lágrimas brotaron de sus ojos.

“— ¿Que dice, hijo? —Preguntó su padre nervioso y curioso a la vez.”

 Adrián volteó la hoja permitiéndole a su padre leer el mensaje:

“—Adrián, no llores. Tu mamá sanará. Solo debes creer en ello.”

 Enseguida, Daniel se conmocionó al leer el mensaje impregnado en la hoja. Se percató de algo y decidió analizar la nota con sus propias manos. No podía creer lo que veía. Su semblante cambió por completo y lágrimas emergieron desde sus ojos al notar la fecha en la que fue escrita dicha nota. Mostraba la misma fecha en la que dio a lugar aquella noche mágica cuando era tan solo un niño. No halló explicación alguna para éste suceso. Solo sabía que desde aquella noche, alguien o algo, le había escrito a su futuro hijo que enfrentaría la misma triste situación.

 Luego de tanta conmoción, ambos comenzaron a remar hacia la orilla. Tan pronto llegaron a la orilla, se subieron al auto y se dirigieron hacia la casa. Al llegar a la casa, ambos le relataron a Rosalie lo que allí pasó. Rosalie mostró escepticismo ante la historia que padre e hijo le narraron, pues pensaba que había sido todo un invento de su Daniel para que Adrián canalizara de alguna manera sus emociones ante su situación de vida o muerte. Positivos, Daniel y su hijo se ofrecieron a acompañarla en la siguiente cita de seguimiento que estaba pautada para la siguiente semana. Esta cita era de suma importancia ya que revelaría si el tratamiento al que ésta se había sometido habría tenido buenos resultados o quizás todo lo contrario, acortándole sus años de vida.



CAPÍTULO IV
EL MILAGRO

 Finalmente había llegado el día decisivo. La familia visitó la oficina del Doctor y allí le realizaron varios estudios y análisis. La familia esperó varias horas para conocer los resultados hasta que finalmente, el Doctor les buscó en la sala de espera anunciando que ya estaba listo para dar su diagnóstico final. Todos estaban ansiosos por saber los resultados. El Doctor abrió el expediente y leyó el diagnóstico:

“—Rosalie, según todos los estudios que hemos realizado, actualmente no hay presencia de células cancerosas. Estás completamente libre de cáncer. — y emocionado añadió: ¡Felicidades familia, esto es un milagro!”

 Todos saltaron de alegría. Hasta el Doctor estaba emocionado. Nunca había sido testigo de un diagnostico tan espectacular como éste. Se repartieron besos y abrazos entre sí. Agradecieron una y mil veces al Doctor, pero éste les aseguró que dicho diagnostico no pudo haber sido posible tan solo por el tratamiento recibido, sino que algo especial había ocurrido en su cuerpo… Algo que no tenía explicación científica. Padre e hijo se miraron entre sí, se sonrieron y alzaron su pulgar expresando el tan conocido y positivo gesto.

 Al salir del consultorio, la familia fue a festejar a un restaurante de la ciudad. Allí comieron felices y al salir fueron al cine. Al terminar la película que tanto disfrutaron en familia, fueron a comer unos dulces y deliciosos helados. La familia no había estado tan feliz como esa noche. De camino a la casa hicieron una inesperada parada. El padre de familia había conducido hasta el lago que albergaba tantas historias fantásticas. Junto a su esposa e hijo, caminaron de la mano hasta el viejo puerto del lago. Allí Daniel pidió que se quitaran sus zapatos y colocaran sus pies descalzos en la serena y dulce agua. Mientras su esposa e hijo hacían esto, Daniel fue hasta la canoa y agarró la botella que aún seguía allí. Nuevamente, fue hasta el puerto y se sentó con su familia depositando sus pies en el agua. Agarró el diagnostico de su esposa junto a una pluma y el reverso escribió:

“—Gracias.”

 Seguido, Adrián escribió un mensaje de agradecimiento y antes de colocar el papel dentro de la botella, Rosalie pidió escribir algo de su parte.

“—Cuentan que en este lago han sucedido cosas increíbles y solo quiero dar las gracias por permitir que viva muchos años más junto a mi esposo e hijo, Gracias.”

 Entonces, Rosalie enrolló el papel, Adrián lo colocó dentro de la botella y Daniel colocó el corcho aplicando mucha presión. Todos colocaron su mano bajo la botella y a la cuenta de tres la lanzaron al lago mientras sonreían felizmente.

 De repente, el viento comenzó a soplar de tal manera que los pinos que rodeaban el lago comenzaron a moverse de lado a lado. Danzaban ante la melodía que producía el viento cortante sobre ellos. Las nubes se apartaron del cielo para dar paso a la luz de la luna. Entonces, los lobos acompañaron la dulce melodía producida por el viento con sus armoniosos aullidos creando un clímax fantástico. Seguido, un grupo de búhos se dieron visita para unirse al coro. Los peces comenzaron a saltar sobre el agua mientras que un grupo de luciérnagas sobrevolaba la superficie del lago depositando en él aquel polvo mágico que le devolvió la vida al lago, convirtiéndolo nuevamente en uno bioluminiscente. El agua brillaba como nunca antes y el danzar de los peces emitía miles de gotas que salpicaban como escarchas sobre el lago bajo el cielo estrellado. La familia estaba atónica con el espectáculo que la naturaleza les estaba mostrando. Desde el otro lado del lago, lograron observar a un enorme oso que rugía desenfrenadamente. Lo hacía con tal fuerza, que sus rugidos se escuchaban hasta el puerto. De alguna manera, parecía que intentaba decir algo, pues su gruñido era muy especial comparado al de los demás osos. La familia se esforzó para escuchar a éste peculiar ser que gruñía desde el otro lado, pero sólo el niño de tan solo diez años descifró el mensaje que aquel oso de pelaje plateado intentaba transmitirles:

“—Fe.”

 Algo que de niño creemos y de adulto perdemos.

- FIN -


 
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