La palabra "algoritmo" vivía recluida hasta hace no tanto en el entorno especializado de la ciencia en general, y de las matemáticas y la informática en particular. Hoy en día, sin embargo, y aunque aún nos cueste comprender exactamente de qué se trata, la mayoría de las personas mínimamente familiarizadas con Internet saben al menos, si no cómo funciona, sí para qué sirve: nos dicen que Facebook "ha cambiado su algoritmo" y que ahora veremos más publicaciones de nuestros 'amigos' y menos de páginas de empresas, y entendemos que detrás de esa decisión no hay miles de operarios humanos que nos conocen personalmente, dedicados a reordenar el contenido de nuestro muro. Lo que entendemos es que Facebook ha introducido una fórmula capaz de gestionar todos nuestros datos y ofrecer, de forma más o menos automática, un resultado.
De hecho, un algoritmo no es más que eso: una fórmula; un conjunto ordenado de operaciones sistemáticas que permite hacer un cálculo y hallar la solución a un problema; un código que procesa información para llegar a un resultado, cuyos componentes esenciales son los datos de los que se nutre, y que, para bien o para mal, está cambiando nuestras vidas.
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