Las pirañas de dentada-cuchilla de la Serrasalmus y Pygocentrus son los peces de agua dulce más feroces en el mundo. En realidad rara vez atacan a un humano.
A Marcel Fernandes, brasileño de 18 años, le llevó 18,19 segundos escribir este mensaje en inglés en su smartphone, suficiente para romper el Guinness de velocidad escrita en estos dispositivos registrado en enero, que era de 18,44 segundos para la misma oración. «Y no es una frase fácil», comenta en entrevista por Skype a Crónica el campeón, que a sus 18 años tiene aún ese habla semi-ausente y apática que forma parte de lo que las madres llaman la edad del pavo. Lo vemos por la cámara del móvil deslizándose por los pasillos de la facultad de física de Santa Catarina, donde estudia, y se escuchan las risas de sus amigos de fondo. Elementos todos de una adolescencia normal que vivió un loco paréntesis cuando los del Guinness le llamaron a final del mes pasado para ir a Nueva York a registrar su marca, después de que una empresa de teclados virtuales abriera un concurso del que se proclamó campeón con su teléfono.
«Era mi primera vez en Nueva York, fue fantástico», comenta Fernandes, que sin embargo vivió de niño unos años en EEUU por un puesto de trabajo que su padre consiguió como informático. Desde muy pequeño, así pues, vivió Marcel cerca de los computadores que, confiesa, son una de sus mayores pasiones.
Pero la clave de su velocidad relámpago tecleando -«consigo hablar con unas 10 personas al mismo tiempo»- le llegó a los 13, hace cinco años. Harto de los problemas que le daba el monitor de su ordenador, le dio tal martillazo que se vio obligado a hacer toda su vida digital en el iPhone, incluyendo los deberes del colegio. «No me enorgullezco», asume entre sonrisas. «No tengo ninguna técnica especial, es más una cuestión de años de práctica», afirma, confirmando que existe una generación que práctica-mente no conoce la vida antes del teléfono inteligente.
«De pequeño devoraba los libros sobre récords Guinness, pero nunca imaginé que podría estar en uno», dice Marcel. Asegura que no ha recibido ninguna compensación económica por el registro más allá del viaje pagado a Nueva York y un smartphone nuevo. Eso sí, aprovechó el viaje para comprarse un ordenador tras cinco años conectado al mundo desde la pantalla del móvil.
Bajo su negro flequillo de emo tapándole parte de su tez blanquecina, Marcel sueña con trabajar como programador. Con 12 años, ya creaba algunos juegos sencillos. No obstante, asegura no vivir enganchado al móvil ni conocer gente en la red. No usa Tinder, por ejemplo, red de contactos que está causando furor entre los jóvenes brasileños. «Prefiero salir con mis amigos, tocar la guitarra, jugar a tenis...».
http://www.elmundo.es/cronica/2014/05/25/538091d9ca47416b0b8b456f.html