El amor incondicional es patrimonio exclusivo de adolescentes y de los poetas más exaltados del Romanticismo. Por más que pueda llamar la atención en una época en la que el “fenómeno forofo” cala todas las esferas, desde el deporte a la política, pasando por la moda, el arte o la economía, sigue habiendo quien abraza los discursos críticos. Y en plena vorágine preelectoral la tecnología deja un buen ejemplo: los geeks que, a pesar de su pasión por la innovación y toda su tecnofilia, reconocen de forma abierta que —al menos hoy por hoy— en los procesos electorales resultan mucho más efectivas las urnas y papeletas de papel que el voto electrónico.
Desde hace años politólogos e instituciones discuten los pros y contras de sustituir las papeletas y urnas por computadoras. En el primer plato de la balanza, el de las ventajas, destacan el ahorro de costes, su utilidad para el voto rogado, la mayor comodidad que ofrece a los electores o su menor gasto de papel. En el segundo, el de los inconvenientes, hay un factor que pesa sobre cualquier otro: la falta de confianza. La “opacidad” del sistema —un aspecto que en Alemania llegó a motivar una sentencia demoledora de la Corte Suprema— y el miedo a que pueda manipularse o sufrir ataques de hackers
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