La frecuencia de reloj de una CPU es lo que determina la ‘velocidad’ de ejecución de instrucciones, comprendido de un modo simple. A mayor frecuencia de reloj, por tanto, conseguiremos una mayor velocidad para la ejecución de estas instrucciones, y por tanto un mejor rendimiento. Pero claro, la CPU está diseñada para trabajar a una frecuencia determinada, y un valor de voltaje también determinado. Por encima de esto, hay que contemplar los riesgos del overclock que básicamente es superar la frecuencia de reloj base de la CPU –y el voltaje-.
Las especificaciones técnicas de un procesador contemplan dos datos clave en estos términos: base clock y boost clock. Es decir, la frecuencia de reloj habitual y un valor superior que se consigue aumentando el multiplicador de la frecuencia cuando el rendimiento lo requiere en tareas más exigentes. Pero este es el funcionamiento habitual de una CPU, con un overclock predeterminado. Por encima de esto, de forma manual podemos ajustar el multiplicador o la frecuencia base para conseguir ese overclock que buscamos para mayor rendimiento, o incluso entrar a modificar el voltaje para aumentar aún más las prestaciones.
La estabilidad del overclock depende, en gran medida, de las fases de la placa base. Son los reguladores que actúan sobre el voltaje y se encargan de su precisión, evitando que existan fluctuaciones o se minimicen en tanto que sea posible.
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