por Javier de la Cueva
Abogado, experto en propiedad intelectual, profesor en el Máster CCCD
Nos cuenta Adrian Johns, en su formidable obra «Piracy. The Intellectual Property Wars from Gutenberg to Gates», que el término pirata se utiliza desde el siglo XVII para fenómenos ajenos al mar. Y si entonces comenzó a aplicarse a fenómenos literarios, hoy en día ya pocas cosas escapan a la posibilidad de ser piratas: hay taxis, medicamentos, ropa, artículos electrónicos, de lujo y complementos piratas. Todo lo que es una imitación es pirata e incluso hay mantras sobre países piratas: ¿cuántas veces hemos escuchado acríticamente que España es uno de los países donde más se piratea? Y decimos acríticamente porque con 1.300 millones de chinos y 1.200 millones de hindúes, nos suena extraño que logremos tal título con sólo 47 millones de habitantes. En fin, quizás este mantra tantas veces repetido bobaliconamente por los medios de comunicación tenga algo que ver con los accionariados comunes en el capital de las editoras de medios y de la industria del entretenimiento y se deba a esos amigos perversos para la verdad señalados por el filósofo del derecho italiano Ferrajoli: dinero para hacer política e información, información para hacer dinero y política, política para hacer dinero e información.
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