La enseñanza de Introducción a la Sociología es algo casi automático para Mitchell Duneier, catedrático de la Universidad de Princeton en Nueva Jersey: la ha impartido 30 veces y el manual que coescribió ya va por su octava edición. Pero el pasado verano, mientras transformaba su clase en un curso gratuito en Internet, se vio enfrentado a algunos interrogantes novedosos: ¿dónde deberá centrar la mirada mientras una cámara graba sus clases? ¿Cómo podrían compartir sus ideas los 40.000 estudiantes que se matricularon online? ¿Y cómo saber lo que están aprendiendo?
En muchos sentidos, la trayectoria de profesor en un aula a docente online de decenas de miles de estudiantes refleja un movimiento más amplio, que es posible que transforme la educación superior. Varias empresas ya ofrecen una enseñanza de élite a nivel universitario —que antes solo estaba disponible en el campus, a un gran coste y solo para unos estudiantes selectos— gratuita para todo el que tenga una conexión a Internet.
Además, estos cursos masivos abiertos, o MOOC por sus siglas en inglés, utilizan el poder de su enorme número de matriculados para enseñar de una nueva manera, aplicando la tecnología del trabajo masivo a los foros de discusión y a las calificaciones, y permitiendo que los profesores usen las clases online y reserven tiempo de clase en el campus para relacionarse con los estudiantes.
Es probable que la difusión de los MOOC tenga grandes consecuencias. Las universidades de nivel inferior, que ya se enfrentan a críticas por unas tasas de matrícula elevadas, pueden tener dificultades para convencer a los estudiantes de que sus cursos valen el precio que pagan por ellos. Mientras, algunos expertos expresan sus reservas sobre cómo puede evaluarse la enseñanza en Internet y advierten de la posibilidad de que se hagan trampas.
Los MOOC acapararon la atención pública por primera vez el año pasado, cuando Sebastian Thrun, catedrático de la Universidad de Stanford en California, ofreció un curso gratuito sobre inteligencia artificial que atrajo a 160.000 estudiantes de 190 países. El aluvión de publicidad que generó impulsó a las universidades de investigación de élite a empezar a abrir su educación superior a todo el mundo, quizá con la esperanza de, al final, llegar a ganar dinero.
Hoy en día hay millones de estudiantes matriculados en cientos de cursos en Internet, entre ellos los que ofrecen Udacity, una empresa derivada de Thrun; edX, una sociedad de capital riesgo de Harvard y del Massachusetts Institute of Technology, y Coursera, una empresa derivada de Stanford que ofrece el curso de Duneier y otros 200 más. Atraen a un público amplio: los jubilados creen que los cursos les ayudan a la formación continua, y los estudiantes indios los consideran su única posibilidad de conseguir un trabajo de nivel universitario.
“Al principio resultaba muy intimidante dar clases sin alumnos in situ, sin saber quién está escuchando y cómo reacciona”, asegura Duneier. “Hablo de cosas como las diferencias raciales en el coeficiente intelectual, Abu Graib y los baños públicos, y me preocupaba que mis clases pudiesen dar la impresión de ser ejemplos del etnocentrismo estadounidense”.
Cuando impartió su primera clase online, los estudiantes escribieron cientos y luego miles de comentarios y preguntas en los foros de discusión de Internet. La tecnología del crowdsourcing (colaboración abierta) fue muy útil: todos los estudiantes que leían el foro podían votar las preguntas y los comentarios, y así sus votos le permitían identificar los temas importantes y adaptar sus clases.
Las mejores universidades con cursos como el de Duneier tienen la posibilidad de ganar mucho, tanto en prestigio como en capacidad para redefinir su pedagogía. Los riesgos son mayores para las universidades de menor tamaño, que pueden verse tentadas de prescindir de algunos de sus cursos introductorios —y de algunos de los profesores que los imparten— y sustituirlos por unas clases en Internet más baratas y de profesores con grandes nombres.
“Hemos llegado al momento crítico en el que todas las universidades importantes están pensando qué pueden hacer online-”, señala Peter McPherson, presidente de la Asociación de Universidades Públicas y Estatales.
La Universidad de Tejas ha anunciado que usará los cursos de edX para los créditos. Los estudiantes de una clase de Udacity- pueden obtener créditos a través del Campus Global de la Universidad del Estado de Colorado. La mayoría de las empresas que proponen MOOC se plantean ofrecer créditos y cobrar tasas por los certificados y los exámenes vigilados. Princeton no ofrece certificados de finalización.
Los primeros MOOC se centraban en las ciencias informáticas y en la ingeniería, pero Duneier imparte cursos de humanidades, en los que los estudiantes llevan el proceso de calificación.
Para crear una sensación de seminario, Duneier usó una sala de videochat en la que seis u ocho estudiantes —de Katmandú, Siberia, Irán o Princeton— hablaban de las lecturas; otros alumnos podían volver a reproducir el vídeo y comentarlo.
Para Doug MacKenzie, bombero de Filadelfia de 34 años, los videochats con sus lejanos compañeros de clase eran lo más destacado. “Creo que es realmente genial poder hablar con alguien en Siberia”, afirma.
El precio —cero— era fundamental. “Siempre he querido estudiar una carrera, pero el problema es que no tengo dinero para hacerlo”, indica Mackenzie, que ha cursado cuatro MOOC.
El planteamiento sigue siendo experimental, especialmente en el campo de las humanidades.
Cada estudiante debe calificar el trabajo de cinco compañeros para obtener su nota, la media de las calificaciones que le otorgan sus compañeros. Duneier y sus ayudantes han calificado miles de exámenes finales, comprobando las notas que asignan con las que dieron los estudiantes. Hasta ahora, ha encontrado una impresionante correlación de 0,88.
Al calificar a mano los exámenes de mitad de curso, Duneier y sus ayudantes descubrieron que cerca del 3% de los estudiantes había copiado. Pero, justo antes del examen final, Duneier detalló las normas para un examen con los libros cerrados. “Les dije: ‘No usen sus notas, no busquen en Google y no pregunten a su mujer”.
Las calificaciones a mano todavía no han detectado ningún caso de copia.
FUENTE :http://tecnologia.elpais.com/tecnologia/2012/12/04/actualidad/1354641627_266626.html