Cualquiera puede irse de lengua en Facebook. Hablar más de la cuenta de la vida de otros, pero lo normal es que lo haga de la suya propia. Que cuente sus problemas de tránsito intestinal o los de su niño, la épica doméstica para poner la funda del edredón, que publique un mensaje trasnochado de su ex o la foto de las cuatro botellas de vino vacías que yacen sobre la mesa de su cocina.
Antropólogos, sociólogos y psicólogos no acaban de entender por qué somos más indiscretos que nunca en el escaparate global, y tejen abundantes teorías al respecto. Y como siempre queda muy elegante citar a algún filósofo o académico para explicar nuestras conductas asilvestradas en Internet, aquí van algunas de las más recientes:
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