Viernes, ocho de la mañana. Tras sortear a una marabunta de gente en el transporte público, llegas a las oficinas de la empresa y enciendes el ordenador. El cansancio de toda la semana pesa como una losa y, mientras arrancas el pc, tu imaginación vuela hacia los planes que has hecho para el fin de semana. Introduces usuario y contraseña y pulsas ‘enter’, como cada día, pero, a diferencia de ayer, hoy el escritorio está vacío.
Después de varios minutos investigando en la vacuidad de la pantalla con el puntero, optas por la solución clásica y reinicias la máquina. Repites el proceso de inicio de sesión -usuario, contraseña y ‘enter’- y esta vez en lugar del escritorio aparece un mensaje desconcertante: “Hola, he cifrado todos los datos importantes de tu empresa. Puedes recuperarlos de forma rápida y segura enviando bitcoins por valor de 3.000 euros a la siguiente dirección…”.
En los últimos años han sido muchas las empresas que se han enfrentado a una situación de estas características. Un cifrado de datos vitales por parte de un ransomware con el que las compañías afrontan dos opciones críticas, pagar una elevada suma por el rescate de sus archivos sin ninguna garantía o perderlos de forma irremediable.
Los ataques de ransomware saltaron al conocimiento del gran público con el secuestro masivo de datos de importantes empresas en 2017, cuando una variante de este malware conocida como WannaCry puso en jaque a compañías como Telefónica. Sin embargo, el día a día de este tipo de ciberdelincuencia discurre a una escala mucho menor, entre pymes y autónomos, donde la ciberseguridad y la repercusión son menores y las posibilidades de extorsión, por lo tanto, mayores.
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