Las actualizaciones de Windows 10 se han convertido en un ejercicio de alto riesgo. A pesar de las promesas de Microsoft los fallos han seguido llegando tanto en las nuevas versiones mayores como las independientes de «calidad» que publica puntualmente Microsoft.
Sí es cierto que la versión 1903 ha ganado estabilidad frente al fiasco de las publicadas en 2018 y las medidas implementadas deben dar resultados en el futuro, pero los fallos se han seguido produciendo y todavía hay una lista de bugs conocidos a resolver. Todo ello ha provocado una situación donde los usuarios evitan instalar las actualizaciones y las retrasan todo lo que pueden.
Aunque es comprensible, mantener los equipos sin actualizaciones es un problema desde una perspectiva de seguridad. No digamos ya el tercio de ordenadores personales que todavía siguen con Windows 7 y que en tres meses se quedarán sin soporte técnico y sin actualizaciones de seguridad.
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