Como suele suceder con diversos aspectos de la tecnología, la ciberguerra ha saltado de las novelas de ciencia ficción a la realidad y es ya una de las principales amenazas directas contra la sociedad. No se trata de hipótesis: los 13.000 ataques informáticos sufridos por empresas e instituciones españolas en lo que va de año —incluido el que sufrió este diario hace pocos días— ponen de manifiesto el alcance de una forma de agresión que trata de robar información y que tiene capacidad para alterar la vida ciudadana y generar un verdadero caos social y económico. Si se quiere paralizar una gran ciudad ya no es necesario bombardearla; basta con penetrar en los sistemas de agua y gas, cerrar o abrir válvulas para provocar roturas —con sus respectivas inundaciones e incendios— o paralizar el sistema de semáforos.
Es fundamental romper con los estereotipos cinematográficos: no se trata de travesuras protagonizadas por jóvenes ansiosos por el reto de burlar medidas de seguridad, ni de brillantes estratagemas de ladrones de guante blanco y teclado negro que buscan hacer millonarias transferencias en cuestión de segundos. Como EL PAÍS reveló el domingo, cuatro ministerios españoles han sufrido ataques procedentes de Rusia y China, según fuentes de la ciberseguridad. Los asaltos trataban de interceptar las comunicaciones de altos cargos, incluyendo ministros y secretarios de Estado.
Hay que ser consciente de que ya se están librando grandes escaramuzas de guerra electrónica. Regímenes como el iraní, cuya economía sufre los graves efectos generados por las sanciones internacionales, han creado unidades militares muy activas en términos de ciberguerra. Y en el campo de batalla virtual no son los únicos presentes. En 2010 el programa nuclear iraní sufrió un duro revés cuando un destructivo virus —Stuxnet— se cebó sobre los sistemas de control de producción industrial del país. El 58% de todos los ordenadores de Irán resultaron infectados. Dada la complejidad del virus utilizado, expertos de todo el mundo aseguraron que únicamente un Estado podría haber dedicado los recursos necesarios para fabricarlo, apuntando directamente a Israel y Estados Unidos.
La incorporación a la comunicación en red de cada vez más estructuras —y más necesarias para la vida cotidiana— supone un gran avance, pero conlleva también grandes riesgos que, simplemente, no es posible ignorar. Las ciberamenazas son prioritarias para el Centro Nacional de Inteligencia (CNI): tiene sentido reforzar las inversiones en medios humanos y materiales en este campo. Y en esas inversiones hay que incluir por fuerza la investigación y el desarrollo.
Se trata de una carrera en la que, por pura supervivencia, no es admisible quedarse atrás. En el mundo que ya está aquí, la política de defensa de un país ya no se basa solo en sus soldados, sus barcos y sus aviones, sino también —y cada vez más— en sus ordenadores. Y en la defensa de los mismos.
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