Bloodborne comienza con un personaje desarmado y en uno de los entornos más hostiles del mundo de los videojuegos. Lo normal es que el primer enemigo que encuentres acabe contigo en menos de cinco segundos y, de paso, te de la bienvenida a los títulos de la vieja escuela, donde morir puede ser un arte. Tan desesperante como adictivo, llevamos más de treinta horas disfrutando de Bloodborne y estas son nuestras impresiones.
Desde hace un par de generaciones, casi todos los videojuegos siguen un mismo patrón: comienzan con un tutorial más o menos extenso (como echo de menos aquellos maravillosos libros de instrucciones) que nos enseña casi todo lo que debemos saber sobre el juego y nos invita a avanzar sin miedo en la historia bajo el paraguas de un guardado automático que nos impide fallar. La muerte no es más que una pequeña pausa antes de continuar casi exactamente donde estábamos, sin mayores consecuencias y ofreciendo esa sensación de invulnerabilidad y “tiro al pato” que tanto nos desespera a algunos.
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