“Eso es lo que eres tú. Eso es lo que sois todos... toda la gente joven que ha luchado en la guerra. ¡Sois una generación perdida!”. La escritora Gertrude Stein le contó a Ernest Hemingway que ese reproche se lo había espetado el dueño de un taller de coches a uno de sus empleados que tardaba en una reparación. Era París, a principios de los años veinte del siglo pasado. Desde entonces, periodistas, sociólogos y narradores han intentado etiquetar —con la perseverancia taxonómica de un botánico— a las sucesivas generaciones, como si de esta manera fuera más fácil entenderlas. Baby Boom, generación X, Y, Silenciosa o Ni-Ni.
Sin embargo, nunca los analistas se habían enfrentado a una generación tan difícil de leer como la de los millennials (los que ahora tienen entre 18 y 33 años). Un grupo de 80 millones de personas en EE UU y algo más de ocho millones en España, y que en 2025 supondrá, vaticina la consultora Deloitte, el 75% de la fuerza laboral del mundo. Una generación que, según Boston Consulting Group (BCG), tiene un poder de compra, solo en el país de las barras y estrellas, de 1,3 billones de dólares (933.530 millones de euros). Pero que, sin embargo, está comprando muchos menos coches o pisos que sus antecesores. Un grupo que alarga la adolescencia hasta los 40 años, que viaja a través de los smartphones, que afronta un paro sin precedentes, que desconfía de los bancos, que prefiere ganar menos pero trabajar en empresas que no suenen a codicia y que, desde luego, no pretende hipotecarse la vida para comprar una casa.
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