La precipitada carrera por el teléfono plegable es un síntoma de que el 'smartphone', tal y como lo entendemos, está cerca de su límite de innovación. La asignatura pendiente: el precio
En 2017, el sector de la tecnología acabó de un plumazo con uno de los tabúes del gremio de la telefonía móvil: un terminal de más de mil euros. Es cierto que hubo otros antes, pero nunca fue el precio de salida del modelo más básico. Fue el Note 8 el que cruzó aquella frontera, un límite que por aquel entonces se dibujaba como ese cementerio de elefantes al que Mufasa prohibía terminantemente entrar a Simba en 'El Rey León'. El iPhone X, que llegó apenas un mes después, entró de lleno en aquel terreno con un precio de salida 1.159 euros. El modelo superior, con 256GB, superaba los 1.300 euros. Se levantó bastante revuelo entonces.
Sin embargo, apenas año y medio después se han batido nuevas 'plusmarcas'. Parece que ya nadie se escandaliza porque haya terminales 'mil euristas'. Es más, la versión de mayor capacidad del iPhone Xs Max pulverizó la cota de los 1.500 el pasado otoño. Y nadie dijo nada. La semana pasada, el S10 Plus de un tera de capacidad también hollaba esa cifra y el Galaxy Fold, su móvil plegable, enfilaba los dos mil euros, aunque se quedaba a una distancia prudencial. Daba la sensación que nadie se iba a atrever a cruzar más allá pero Huawei ha metido la directa. 2.300 euros por su Mate X. En ambos casos, una sorprendente exhibición de su capacidad de desarrollo tecnológico, que les posiciona en la 'pole position' para la generación venidera.
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